15 marzo 2009

Encuentro ocular

Las miradas del homicida y la reportera hicieron un click más certero que el gatillo que él jaló para matar a su familia.

Al ser entrevistado por los medios, "El tata" dijo sentirse muy arrepentido, pero es que por años le había guardado rencor a sus padres y ante la discusión de esa noche no tuvo otra alternativa que calmar la ansiedad con un par de balazos.

Ella reconoció en el temblor de sus ojos grandes que había dolor y miedo, y le creyó cuando los nervios traicionaron sus labios y su mentón al decir que su hermanito no tenía nada qué ver, pero que también le disparó para no dejar evidencia.

En el segundo encuentro de miradas, le dijo que lo comprendía, porque a todos nos había pasado en la vida, una o varias veces, esas descargas de adrenalina y emociones encontradas en cascada. Pero la diferencia era, pensó, que él cruzó la delgada línea entre el sentimiento y la razón, lo legal y lo ilícito, entre lo permitido y no por la sociedad, la moral, la ética y la religión. Trasgredió el código de la familia y ya nada podía hacer.
Intentar deshacer el acto era tan imposible como vomitar en reversa o bostezar por los ojos.

Lo hecho, hecho está. Los papás y el hermano de "El tata" estaban muertos. La entrevista había terminado. El preso y la reportera se despidieron para siempre con un tercer encuentro de sus miradas... más intenso que la coca que dijo que se metió antes de asesinar a su familia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sin tatas no hay paraíso, ¡peung! Hasta cierto punto, me parece que la que escribe es más Tata que reportera. Abur.

Ban.