17 enero 2012

Té cerca del cielo


Apenas oigo el chorro de agua caliente entrar en la taza siento que el espíritu del té de muña empieza a impregnarme. Me asomo, el agua me regresa mi rostro y el cielo limpio sobre la isla Taquile. Estoy en un pequeño punto del lago Titicaca, a 4 mil metros sobre el nivel del mar y eso también contribuye a sentirme cerca del cielo.

Desconozco las propiedades de esta infusión pero, pienso mientras la bebo que, nada malo puede brotar del caparazón verde de una tortuga gigante, dormida e inamovible, en el milenario lago.

Somos 9 los casuales reunidos alrededor de esta mesa. Pertenecemos a tiempos y espacios distintos del orbe (¿Nos consta que existimos fuera de aquí?) Nos han preparado té. Alguien nos ha cocinado arroz blanco. Las truchas que nos han servido, fueron arrancadas del algún lugar del agua que se ve entre aquellos dos cerros. Y ahora mismo pienso que la ramita de muña que descansa al fondo de mi taza quizá nació para mí.

Sospecho que los Quechuas tienen un pacto con Dios y la Pachamama: son eternos y tienen la serenidad instalada en sus ojos. Ellos, a cambio, acarician la tierra con las manos y, en las noches, mecen las aguas del Titicaca para que el gran cuerpo acuoso duerma en paz.

En un par de horas habitaré nuevamente sobre el animal de concreto. Pero seré diferente a la que partió de ahí, porque quizá dentro de mí seguirán el baile de colores de las faldas indígenas quechuas y el canto silencioso de sus rituales con la Tierra.

Y algún día, aún más lejos, recordaré la mesa que compartí con las casuales y el té de muña que bebimos, y comprenderé que el Titicaca es una taza gigante. Es un té de muña infinito que yo me bebo.








Viajar

Será que cuando viajas eres una sucursal de ti y llevas lo necesario para ser, pero también la libertad de cerrar al público cuando quieras salir por la puerta trasera, sigilosa, o escandalosamente según la ocasión, y recoger un poco de la poesía que hay en los charcos y en las flores, en el sol embarrado en los muros y en la música de los acentos que emergen de bocas extrañas.

Y será que cuando vuelves al lugar donde eres matriz de ti descubres que, con suerte, te habitan pequeñas sucursales de aquello que fuiste en tierras lejanas.
Publicado

04 enero 2012

Basuritas en el ojo

Sácate eso, por favor. Mi abuela hace caso omiso a mi súplica. Creo que se divierte. Sonríe entre burlezca y compasiva ante la niña nerviosa que hace tres minutos era una mujer plantada frente a ella con actitud maternal.

Volteo en busca de Yola y la encuentro sacudiendo los muebles viejos al fondo de la sala. Le grito auxilio con la mirada y ella, con su sonrisa disimulada, justifica "es que así le hacían antes en los ranchos para quitarse las basuritas".

Miro el comedor antiguo, a través de la ventana el jardín soleado, la mesa sucia en la cocina vacía. Estoy sola contra mi abuela y el frijol que se metió en un ojo. Es mi pavor descomunal contra la risa de abuela riéndose de mi (¿o conmigo?, da igual.)

Quiero llorar. Quiero que venga mi madre y la regañe. Quiero regresar el tiempo y no haber decidido visitarla esta mañana de sábado. Ojalá estuviera en la fiesta de anoche y no pensara en ella.

Parpadea y la semilla se va. La imagino desgarrando lentamente la parte posterior del ojo, casi puedo ver la sangre derramándose en el interior, la córnea impregnada de rojo, y la sonrisa que sigue intacta.

Abuela ya. Por favor. Quítate eso del ojo. Por favor. Imploro. Y entonces parece compadecerse, lo sé por su mirada, y porque cierra los ojos y los mueve como buscando algo bajo los párpados. Yo respiro de alivio, me calmo y atenta espero a que la abuela expulse al intruso. Veo que algo brota lentamente : una pequeña raiz se desliza por su rostro.