20 diciembre 2010

La campanita (nobis peccatoribus)

Una boca que se derrite por primera vez; par de pieles jamás recorridas. Prendas calurosas abandonando cuerpos que arden. Dos, en cama para uno. Minutos antes del mediodía en un sitio inadecuado ¿Amar, bajo cualquier circunstancia, podría acaso ser un error? Durante décadas, sus almas se habían compenetrado, a tal grado, que el acto físico quizá estaba de más: era un mero trámite que dictaba la vida.

A los besos le siguieron los arrumacos y también las preguntas: ¿Lo que estaba sucediendo era pecado venial, sacrilegio o una señal divina? La respuesta, francamente, no le interesaba, pero hacer un autoanálisis de cada acción era inherente a su forma de vida.

Después de la fusión corpórea-espiritual, le vino de súbito el sentido del deber. Se puso la sotana y caminó rumbo a la capilla pensando en lo maravilloso que es el amor. Llegó justo a tiempo para el Angelus. Y a las doce del día, sonó su campanita.

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